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Cap.nº8: Ingenios Hidráulicos: norias, aceñas y molinos



Aceña tirada por bueyes a principios del siglo XX.

Elevando el agua

Si existe un paraje vegetal humanizado, intervenido, alterado y mejorado por el hombre, está sin duda en la región de Murcia. Desde fechas muy tempranas en la historia, los habitantes de la región intervinieron en él, transformando el hostil secano en ubérrimo vergel.

Incluso en los lugares más favorecidos por las lluvias se hace preciso la captación de agua, su encauzamiento y su reparto para abastecer a las poblaciones. Pero, a medida que el territorio se hace más seco, es necesario dominar de forma más directa los cauces fluviales, controlarlos y ponerlos a disposición de la población y de la agricultura.

Las escasas precipitaciones de la región de Murcia hubieran hecho de ella un desierto si no hubiese sido por los cauces fluviales que discurren por ella. No obstante, era necesario ir un paso más allá: dominar el agua, extendiendo su poder sobre la vida más allá de las estrechas franjas por las que transcurren ríos y riachuelos.

El sistemático y complejo sistema de acequias, desarrollado por los árabes desde su establecimiento en las distintas poblaciones de la provincia de Murcia, jugó un papel primordial en el proceso de acercar el agua al perímetro que se deseaba regar.

Generación tras generación, los huertanos habían aprendido a manejar las pendientes de los cauces fluviales para que fuese la propia gravedad la que permitiese que el agua llegase a los cultivos. Sin embargo, en las grandes llanuras, cuando la pendiente del río se hacía tan débil que casi desaparecía, era necesario dar un paso más: había que impulsar el agua, salvar accidentes y pequeños desniveles del terreno para que el líquido alcanzase bancales y cosechas.

Basta colocarse cerca de una noria en funcionamiento para comprender la razón de su nombre en árabe Na’ura –la que llora-

Papel muy destacado y temprano jugaron, en este orden de cosas, los aparatos de elevación de agua, utilizados por el huertano desde hace siglos, fundamentalmente las norias y aceñas.

Más primitivos que las norias y mucho menos efectivos fueron otros procedimientos elevadores como las alhataras, el cigüeñal y el algaidón. Se trataba de simples variantes de algo muy simple: una pértiga colocada sobre una horquilla que tenía atada una vasija en su extremo, que había que hacerla descender sobre el pozo o el caudal de agua al que se quería acceder.

Otro de los procedimientos más primitivos y sencillos de elevación fueron las rafas. La palabra, procedente del árabe, significa elevar, poner más alta una cosa

 

 

 

 


La espectacular Noria Grande, en Abarán, con sus 12 metros de diámetro, pasa por ser la más grande en funcionamiento de toda Europa. Es capaz de elevar más de 30 litros por segundo..

Consistía en detener el curso de agua de una acequia para elevarla y obligarla a entrar en los bancales situados más altos que el cauce natural de una acequia. El momento en que se podía hacer rafa estaba reglamentado en las ordenanzas de la huerta. Prácticamente sinónimo es la parada, que consistía en una represa para detener y cambiar la dirección de una corriente de agua.

La noria y el paisaje murciano

Como la palmera, como el árbol frutal, la noria es un elemento omnipresente en los rincones de la huerta de Murcia. Hasta tal punto su imagen se llegó a identificar con estas tierras, que el sello concejil de la ciudad de Murcia, utilizado a finales de la Edad Media, mostraba el perfil de las edificaciones de la ciudad detrás de la imagen de una noria.

Origen de las norias

Quienes hayan tenido oportunidad de acercarse a alguna de las viejas norias aún en funcionamiento en la región, comprenderán el por qué de su nombre –procede de la palabra Na’ura, que no significa otra cosa que la que llora, la que gime–: el batir constante del agua sobre las paletas, y su desplazamiento con los cangilones cargados de un agua que va depositando en una altura superior, produce ese cansino y repetido gimoteo implícito en su nombre

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Mucho se ha hablado del origen árabe de las norias. Y, desde luego, fueron ellos los máximos impulsores de estos artilugios tal y como los huertanos los han utilizado durante siglos. Sin embargo, sus raíces se encuentran, con casi total seguridad, en culturas anteriores.
Fue Arquímedes quien primero se refirió –ya en el siglo III a. de J. C.– a la posibilidad de elevar el agua por medio de una rueda que moviese la propia corriente acuática. Dos siglos después, el poeta Lucrecio y el arquitecto Vitrubio, se referían ya a la existencia de estas ruedas elevadoras en el cauce de los ríos.


El invento fue desarrollado y mejorado por los romanos, si bien con la finalidad de extraer el agua de las profundidades de las minas, cuya existencia a veces imposibilitaba su explotación. De éstos, aprendieron los árabes las técnicas, introduciéndoles diversas modificaciones para adaptarlas al exclusivo uso del riego. Con esta finalidad, se les quitó travesaños y se les sustituyó por radios, haciéndolas mucho más ligeras. Se trataba de conseguir que pudiesen ser movidas por caudales menores de agua.