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Cap.nº8: Ingenios Hidráulicos: norias, aceñas y molinos



 

Fueron estas norias las que adoptaron para su uso, desde muy tempranas fechas, los agricultores a orillas del Segura.

No está claro a partir de qué momento comenzaron a utilizarse las norias en la huerta de Murcia. Sí que puede afirmarse, sin temor a equivocarnos, que su utilización se remonta a los siglos VIII-XI. Estos ingenios elevadores irían proliferando hasta alcanzar plena difusión en toda la huerta murciana.
A comienzos del siglo XVIII existían en la huerta al menos un centenar de norias, y de su importancia nos da cuenta el hecho de que su uso estuviese cuidadosamente legislado. Era el concejo el encargado de autorizar la instalación de cada nueva noria en función de una petición en la que debía aclarar qué zona se pretendía regar.

En Lorca están documentadas norias en el siglo XI: “hay norias que sirven para regar jardines”, decía Al-Himyari en esa época.
Las grandes norias, como la de Alcantarilla o La Ñora, estaban soportadas por un entramado de albañilería, cuya forma ojival remite a su pasado árabe, si bien se han detectado restos romanos en sus basamentos, lo que ha inducido a algunos estudiosos a remontar su origen hasta esa época.
Las paletas de las grandes norias solían ser curvas para intentar captar la corriente con más intensidad, y elevar, por tanto, mayor cantidad de agua.

Las norias más antiguas eran de madera, pero en el siglo XIX comenzó a introducirse el hierro, material que les confirió más resistencia y duración. En el siglo XX llegó el mayor enemigo de este sistema tradicional. El motor se introduce con fuerza en el sistema de regadíos y va sustituyendo poco a poco a las norias, que van siendo conservadas como objetos de museo –en el mejor de los casos– u olvidadas y destrozadas por el paso del tiempo.

Sello concejil de Murcia. La noria situada junto al alcázar mayor de la ciudad de Murcia, elevaba el agua desde el río para abastecer a la guarnición. En 1285 se logró la autorización del rey Sancho IV para tender un conducto y llevar agua a la Iglesia de Santa María la Mayor. La importancia de esta noria fue tal que fue representada, junto al alcázar y al río Segura, en el escudo concejil de Murcia, utilizado entre los siglos XIV al XVI.

Las primitivas norias estaban fabricadas en madera de pino rojo embreada, con el fin de impermeabilizarlas, y evitar así, o al menos retrasar en lo posible, la putrefacción que el contacto continuo con el agua podía producirles.

El ingenio consistía en una doble rueda de madera –a partir del siglo XIX, y sobre todo de comienzos del XX, fue de hierro– de entre cuatro y catorce metros. En su extremo se situaban una serie de paletas sobre las que chocaba la corriente de agua, con lo que se ponía en movimiento el artilugio, que reposa en un sólido eje horizontal. En un principio eran de formas planas, pero pronto se sustituyeron por otras de perfil parabólico, que se adaptaban mejor al contacto con el agua, permitiendo la fabricación de norias mayores y más capaces.

Entre paleta y paleta se sitúan los cangilones, llamados también arcaduces o arcabuces. Son los encargados de recoger el agua. Su nombre proviene del árabe –qadus, quienes lo tomaron a su vez de los griegos, pádos, cuyo significado es jarro–. Se trata de unos recipientes con una capacidad que podía oscilar entre los dos-tres litros para las norias menores hasta los treinta en el caso de las grandes norias. Los cangilones depositan el agua que recogen en un plano superior y vuelven a sumergirse, ya vacíos, en la corriente de agua. De modo que suben los llenos mientras van bajando los vacíos.

En un comienzo, los cangilones estaban fabricados de barro, por lo que se rompían con facilidad.Pronto se introdujo el hierro en su fabricación.

 

 

 

 


Noria de Alcantarilla

En la región existen numerosos restos de cangilones árabes o arcaduces. Solían estar fabricados en cerámica. Estaban atados o insertos a los canales que atraviesan los agujeros de las paletas.

Con el girar de la noria, descendían invertidos, introduciéndose así en el agua. Esto ejercía una resistencia que dificultaba su llenado. Este inconveniente se resolvía mediante una sencilla modificación: practicándoles un pequeño orificio en el fondo por el que escapaba el aire. Este agujero provocaba que el agua escapara también en pequeñas cantidades cuando ascendía, pero era recuperada por el cangilón siguiente, que a su vez perdía otra pequeña cantidad con la que se llenaba el que le seguía.

El resultado es que las pérdidas eran mínimas –no superiores al 10%– y el resultado más que satisfactorio. El sistema era tan perfecto que, en opinión del Abu al-Jair, sevillano del siglo XV, permitía que la noria durase “mucho tiempo, si Allah quiere”.
Su forma solía ser la de una vasija que se estrechaba en el tercio superior, por donde se sujetada a la rueda. El tamaño oscilaba, aunque guardaba una proporción directa al de la noria en sí.

Una vez que giraba la noria, los cangilones iban vertiendo el agua que transportaban a un canal situado a mayor altura, comenzando a regar por gravedad un nuevo territorio más elevado que la altura del agua original.

A mediados del siglo XIX, el estudioso Pedro Díaz Cassou componía un cántico a la noria: “Sencilla, como es en agricultura todo lo verdaderamente útil, fácil de componer sobre el terreno por el agricultor mismo o por modestos artífices rurales, y sobre todo barata”. En un alarde de entusiasmo por tan clásico y eficaz invento aseguraba que “la noria árabe será como el arado de Noé, una de las máquinas agrícolas que más duren todavía, como es hoy de las que más han durado”.

A pesar de los vaticinios del escritor, hoy sólo quedan en la región un puñado de ellas que prosiguen la terca tarea de elevar el agua gracias al empeño de grupos de entusiastas de nuestras tradiciones –Abarán es un buen ejemplo–, diseminadas a lo largo de los cauces de ríos y acequias.

La mayoría han desaparecido o muestran sus desvencijadas tripas al excursionista curioso. Forman parte de lo que queda de un rico patrimonio hidráulico anterior, que nació con vocación de servicio, sin ansias de perdurar más que lo que su propio cometido hiciese. Su destino era regar, dar de beber a plantas y personas. Y así lo hicieron durante siglos.

Sin embargo, el olvido, la degradación y el abandono en el que han estado sumidos estos viejos ingenios, es quizás un triste premio para sus méritos históricos. Resulta urgente que el patrimonio formado por norias, aceñas, molinos, albercas, aljibes, etc., sean rescatados de su destrucción para ayudar a comprender el pasado de nuestra región que es, en definitiva, nuestra propia esencia.