La huerta de Murcia constituye, junto a la de Valencia, el más completo y complejo sistema hidráulico español realizado en siglos pasados.
Alimentada a partir de un río, la doble red de acequias y azarbes permitía un aprovechamiento integral de las aguas ochocientos años antes de que se comenzara a hablar de ello en las ciudades modernas.
Dotado desde la Edad Media de infraestructuras muy avanzadas para su tiempo, permitía extender el territorio regado hasta unos límites asombrosos, dotando de agua suficiente los cultivos y consiguiendo una producción de calidad en unos terrenos que, de otra manera, hubiesen sido secarrales. Y todo ello aprovechando hasta la extenuación las aguas de un río que no pasa precisamente por ser de los más caudalosos del país.
El milagro lo hicieron posible los árabes que, a partir de uno de los ingenios más eficaces de su tecnología hidráulica –el azud–, consiguieron dominar la corriente del río, –obligándola a formar un remanso– y tomar así parte de sus aguas a través de las denominadas acequias mayores.
Así describía el licenciado Francisco Cascales, a comienzos del siglo XVII, el sistema de riego de la huerta de Murcia:
El riego de las güertas de Murcia tiene de largo quatro azuda [el azud de la Contraparada] que dá el agua del río Segura á dos acequias principales, Aljufía y Alquibla, y á otra pequeña, llamada Churra la nueva: las quales acequias corren por medio la vega, ciñendo ambos lados al río, dando hijuelas –dividiéndose en canales pequeños– á una y otra parte por donde se gobierna todo el riego.
El regadío murciano comienza a gozar de auténtica entidad con los árabes. Anteriormente, su aprovechamiento por otras civilizaciones, como la romana, se limitaría a tomas directas del río para desviar alguna porción de sus aguas a un terreno concreto, o abastecer a poblaciones, pero carecería del complejo y laberíntico sistema que le confirieron los árabes.
Las acequias mayores de la huerta de Murcia tienen nombres genéricos, que designan tan sólo el lugar geográfico del que proceden, en relación al río: Aljufía (Norte) y Alquibla (Mediodía). Estas se ramifican en unas 40 acequias menores, que van proporcionando agua, dividiéndose en una constante ramificación, a todos los territorios.
Cada acequia mayor fecunda con sus aguas unos territorios aproximadamente iguales, llamados Heredamientos Generales del Norte y Mediodía, situados en el valle de Murcia, por el que serpentea el río Segura.
La acequia Mayor del Norte o Aljufía tiene una extensión de unos 27 kilómetros, aunque toma distintas denominaciones en función del terreno por donde pasa –pasando a llamarse, sucesivamente, Benetúcer, Benefiar, Benizá y Beneluz– y regando localidades como Javalí Viejo, Guadalupe, La Ñora, La Albatalía, La Arboleja, Puente Tocinos, Llano de Brujas o El Raal.
La acequia Mayor del Mediodía o Alquibla, de 22’5 kilómetros recibe las denominaciones sucesivas de Barreras, Alfande, Benicotó y Benicomay, regando Javalí Nuevo, Alcantarilla, Aljucer, Beniaján, Torreagüera y Alquerías.
Para que el sistema ganase en eficacia, se dio otro elemento que propició que las aguas del Segura se extendiesen aun más por todo el territorio: todo un sistema de norias y aceñas que permitían salvar los desniveles del terreno y llevar el agua donde de otra forma no hubiese sido posible.
El de la Vega Media es sin duda el más completo sistema de regadío de la región, pero no el único. |
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Realizando labores de mantenimiento en una acequia. |
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En la Vega Alta, entre Calasparra y Molina de Segura existen también sistemas de azudes y acequias: Berberín, Esparragal y Rotas en Calasparra; Don Gonzalo, Andelma y los Charcos en Cieza; Charrara, La Noria, Campillo, Principal y Mayor en Blanca y Abarán, acequia de Ojós-Villanueva, de Ulea, de Archena y Alguazas, Caravija y Mayor en Molina de Segura....
Salvo las excepciones de Lorca y Mula, el agua está indisolublemente unida a la tierra en la región, según marcaban ya las leyes árabes, que las distintas ordenanzas de la huerta fueron completando y adaptando. De este modo, el agua se reparte proporcionalmente al territorio cultivado por cada agricultor mediante tomas, marcos y partidores, organizándose en unos turnos de riego que deben ceñirse escrupulosamente a los tiempos previamente establecidos.
Con el final del dominio árabe y la subsiguiente reducción de la población, el regadío experimentó un retroceso en la región, pero a partir de comienzos de la Edad Moderna se experimenta una notable recuperación que potencia y expande el perímetro regado.
El sistema de riego exigía de una costosa infraestructura. Ésta sólo podía mantenerse con una observancia escrupulosa de la normativa, que obligaba a cada regante a hacerse cargo –mediante pago o con su propio trabajo– de labores de mantenimiento que asegurasen permanentemente el perfecto funcionamiento del engranaje en el que se basaba el riego.
Desde los primeros momentos, las operaciones de mantenimiento de las acequias mayores corrían a cargo del concejo, mientras que los regantes habían de hacerse cargo del resto de canales. La monda o limpieza de las acequias, se efectuaba entre los meses de julio y agosto, suspendiéndose la circulación de agua por ella con el fin de dejarlas en condiciones para la siguiente temporada, algo que siguió haciéndose durante siglos y en unas condiciones similares.
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