lluvia que fluye por las laderas y cañadas, se organizaba disponiendo el terreno en terrazas y estableciendo a cada tramo los llamados sangradores o aliviaderos, por los que se introducía el agua una vez había mojado suficientemente el terreno.
Pasaba así a otro escalón de cultivo y de ahí al siguiente. Usualmente, estos sangradores eran colocados en lugares distintos, para dificultar la fuga del agua y, por otro lado, evitar que la corriente se hiciese más fuerte y pudiese romper bancales o terrazas.
Los caballones, o lomos de tierra que quedan entre dos surcos, constituían otro aliado en este intento de aprovechar las aguas de lluvia. El acaballonado del terreno facilitaba la distribución de las aguas pluviales, así como su circulación y la evacuación del líquido a los terrenos siguientes una vez regados sus límites.
De alguna manera podríamos afirmar que nuestros agricultores, a través de los siglos, han modelado el paisaje para aprovechar las aguas de forma óptima, modificando, incluso, su circulación.
Obviamente, a más desnivel del terreno, mayores dificultades para el agricultor, ya que el agua alcanzaba velocidades superiores, obligando a establecer terrenos muy estrechos de cultivo y a reforzar las terrazas por medio de muros, habitualmente hechos
Obviamente, a más desnivel del terreno, mayores dificultades para el agricultor, ya que el agua alcanzaba velocidades superiores, obligando a establecer terrenos muy estrechos de cultivo y a reforzar las terrazas por medio de muros, habitualmente hechos de piedras e incluso de mampostería.
El sistema obligaba al agricultor a permanecer muy atento a la climatología, y a acometer de manera inmediata la reparación de cualquier contratiempo ocurrido en su terreno, so pena de que el agua pasase por su plantación sin dejar el anhelado caudal.
Tal era la importancia de las lluvias momentáneas y torrenciales para los cultivos que, durante siglos, era corriente ver a los agricultores precipitarse hacia sus plantaciones nada más iniciarse una tormenta, sin importarle signos que hubiesen amedrentado a los ciudadanos de otras latitudes:“los truenos, que en otras partes del reino sirven de señal para retirarse á sus habitaciones, lo son aquí para desampararlas y salir en busca de las aguas y el deseado riego”, comenta un estudioso del siglo XVIII.
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