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Cap.nº4: El agua de lluvia


Una bendición del cielo aprovechada por los hombres.


Resulta natural pensar que en una región tan escasa de agua como la murciana se intentase aprovechar hasta la última gota de sus escasas e irregulares precipitaciones, bien para almacenarla y consumirla en épocas de escasez, o bien para conducirla a los terrenos más propicios para regar las cosechas.

Los sistemas para recoger el agua de las lluvias son muy importantes en las regiones semiáridas como la nuestra. El encauzamiento de las escorrentías ha sido un recurso del hombre desde hace miles de años. Hoy se acepta como una faceta muy importante, tanto por los beneficios que produce en la agricultura como para el medio ambiente.

Probablemente fue el incremento de la población lo que motivó que los primeros habitantes de la región necesitasen un mayor caudal hídrico que el que le proporcionaban las fuentes y manantiales cercanos a sus asentamientos. Los hallazgos encontrados en diversas zonas de nuestra región en las que se practicaba el riego con aguas pluviales, remontan esta costumbre a los romanos, aunque de nuevo es necesario decir que fueron los árabes quienes más se encargaron de difundir en nuestra región esta práctica.

En definitiva, se trataba de diversificar el recorrido de estas aguas, a menudo torrenciales, para hacerlas circular por el lugar preciso, aquel en el que pudieran La escorrentía difusa, es decir, el agua de


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Aljibón comunitario de Corverica, en Fuente Álamo. Originario del siglo XIX fue rehabilitado en el 2001.

Riego con boquera
- Rambla después de una precipitación intensa.
- La boquera intercepta las aguas de la rambla, desviando parte de las mismas hacia otros canales, que se irán ramificando en otros menores hasta llegar a los bancales.

lluvia que fluye por las laderas y cañadas, se organizaba disponiendo el terreno en terrazas y estableciendo a cada tramo los llamados sangradores o aliviaderos, por los que se introducía el agua una vez había mojado suficientemente el terreno.

Pasaba así a otro escalón de cultivo y de ahí al siguiente. Usualmente, estos sangradores eran colocados en lugares distintos, para dificultar la fuga del agua y, por otro lado, evitar que la corriente se hiciese más fuerte y pudiese romper bancales o terrazas.

Los caballones, o lomos de tierra que quedan entre dos surcos, constituían otro aliado en este intento de aprovechar las aguas de lluvia. El acaballonado del terreno facilitaba la distribución de las aguas pluviales, así como su circulación y la evacuación del líquido a los terrenos siguientes una vez regados sus límites.
De alguna manera podríamos afirmar que nuestros agricultores, a través de los siglos, han modelado el paisaje para aprovechar las aguas de forma óptima, modificando, incluso, su circulación.

Obviamente, a más desnivel del terreno, mayores dificultades para el agricultor, ya que el agua alcanzaba velocidades superiores, obligando a establecer terrenos muy estrechos de cultivo y a reforzar las terrazas por medio de muros, habitualmente hechos

Obviamente, a más desnivel del terreno, mayores dificultades para el agricultor, ya que el agua alcanzaba velocidades superiores, obligando a establecer terrenos muy estrechos de cultivo y a reforzar las terrazas por medio de muros, habitualmente hechos de piedras e incluso de mampostería.

El sistema obligaba al agricultor a permanecer muy atento a la climatología, y a acometer de manera inmediata la reparación de cualquier contratiempo ocurrido en su terreno, so pena de que el agua pasase por su plantación sin dejar el anhelado caudal.

Tal era la importancia de las lluvias momentáneas y torrenciales para los cultivos que, durante siglos, era corriente ver a los agricultores precipitarse hacia sus plantaciones nada más iniciarse una tormenta, sin importarle signos que hubiesen amedrentado a los ciudadanos de otras latitudes:“los truenos, que en otras partes del reino sirven de señal para retirarse á sus habitaciones, lo son aquí para desampararlas y salir en busca de las aguas y el deseado riego”, comenta un estudioso del siglo XVIII.

 




Aljibe romano del Castillo. En el recinto del castillo de Jumilla. Es el aljibe más antiguo de Jumilla, prosiblemente de la Edad del Bronce. Permitía albergar hasta 12 metros cúbicos de agua.

 

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