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Cap.nº12: Los enbalses murcianos
De la defensa contra las avenidas al abastecimiento humano



Pantano de Algeciras, en Alhama. Al fondo, los impresionantes barrancos de glebas

Fueron los egipcios quienes, hace 4000 años, iniciaron la construcción de los embalses. En época de los faraones, crearon, mediante diques, un lago artificial junto al Nilo que se llenaba con las aguas de éste en época de avenidas, siendo sus aguas repartidas por canales de riego en las épocas secas.
Los romanos, a semejanza de los egipcios, utilizaron también sus embalses para riego y prevención de avenidas. La experiencia les había enseñado que, en caso de lluvias torrenciales, las presas desempeñaban un crucial papel disminuyendo los efectos devastadores de los ríos. Los pantanos podían limitar caudales y velocidades, retrasando la incorporación de aguas y reduciendo así los peligrosos arrastres y erosiones momentáneas.
Son éstos dos destinos, defensa de avenidas y riego, los que desempeñaron, de manera primordial, los embalses de la cuenca del Segura.

Por su complejidad y efectividad, la huerta murciana, junto a la valenciana, constituían las zonas irrigadas más perfectas y avanzadas ya en la Edad Media. Esta razón, unida a la escasez de recursos hídricos, es la que impulsó a instalar las primeras presas españolas en el sureste español. A finales del siglo XVI entraron en funcionamiento las primeras presas modernas: la de Tibi en Alicante –cuya finalidad era mejorar el regadío de la zona–, la de Almansa y, ya en el siglo XVII, la de Elche.

En Murcia, las voces clamando por la necesidad de embalses para asegurar el riego y proteger de las avenidas, son numerosas desde fechas tempranas. El mismo cardenal Belluga propuso, a comienzos del siglo XVIII, construir un embalse en la localidad lorquina de Puentes para aumentar los regadíos del Segura y sostener las Pías Fundaciones auspiciadas por él. No prosperó el proyecto pero, a finales del siglo XVIII se produce el abandono de otra iniciativa que será determinante



Así quedó la presa de Puentes tras la avenida de 1802, que provocó su rotura y, como consecuencia, el mayor desastre hidráulico de la historia regional, con más de 600 personas fallecidas y la destrucción total de un amplio territorio, que quedó sepultado por un alud de agua, lodo y piedras.

Fueron los egipcios quienes, hace 4000 años, iniciaron la construcción de los embalses. En época de los faraones, crearon, mediante diques, un lago artificial junto al Nilo que se llenaba con las aguas de éste en época de avenidas, siendo sus aguas repartidas por canales de riego en las épocas secas.
Los romanos, a semejanza de los egipcios, utilizaron también sus embalses para riego y prevención de avenidas. La experiencia les había enseñado que, en caso de lluvias torrenciales, las presas desempeñaban un crucial papel disminuyendo los efectos devastadores de los ríos. Los pantanos podían limitar caudales y velocidades, retrasando la incorporación de aguas y reduciendo así los peligrosos arrastres y erosiones momentáneas.
Son éstos dos destinos, defensa de avenidas y riego, los que desempeñaron, de manera primordial, los embalses de la cuenca del Segura.

Por su complejidad y efectividad, la huerta murciana, junto a la valenciana, constituían las zonas irrigadas más perfectas y avanzadas ya en la Edad Media. Esta razón, unida a la escasez de recursos hídricos, es la que impulsó a instalar las primeras presas españolas en el sureste español. A finales del siglo XVI entraron en funcionamiento las primeras presas modernas: la de Tibi en Alicante –cuya finalidad era mejorar el regadío de la zona–, la de Almansa y, ya en el siglo XVII, la de Elche.

En Murcia, las voces clamando por la necesidad de embalses para asegurar el riego y proteger de las avenidas, son numerosas desde fechas tempranas. El mismo cardenal Belluga propuso, a comienzos del siglo XVIII, construir un embalse en la localidad lorquina de Puentes para aumentar los regadíos del Segura y sostener las Pías Fundaciones auspiciadas por él. No prosperó el proyecto pero, a finales del siglo XVIII se produce el abandono de otra iniciativa que será determinante para impulsar definitivamente la construcción de los primeros embalses en la región: el fracaso del canal de Murcia, que acaba con las esperanzas de los agricultores de acceder a un volumen de agua que hubiese significado un poderoso acicate para sus cosechas.
El de Tibi fue adoptado como modelo por los regantes de la región. No hay que olvidar que los ríos alicantinos, a semejanza de los murcianos, poseen un escaso caudal que, sin embargo, se ve aumentado considerablemente en época de lluvias. Ello conlleva que este agua no se aproveche y que, además, haya producido abundantes daños durante siglos. Los beneficios que acarreó para la huerta circundante el referido pantano alicantino supusieron un elemento definitivo esgrimido por los agricultores murcianos a la hora de solicitar una presa semejante.
La ciudad de Lorca, cuyas condiciones hídricas eran especialmente dramáticas, fue la primera en la que se alzaron voces solicitando un embalse para la zona. No es gratuito el hecho de que sea precisamente en esa comarca donde surgen los primeros pantanos en la región, los mayores de España hasta esos momentos. Desde comienzos del siglo XVII diversas instancias y numerosos ciudadanos solicitaban la construcción urgente de un embalse con la doble finalidad de regular la cabecera del imprevisible y destructor Guadalentín y de obtener agua para riego, ya que, como decía un ciudadano de la época:


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“... el agua de pie que esta ciudad tiene es muy poca y es tanto grado la falta de ella a causa de la dicha esterilidad [la escasez de lluvias de esa época] que en el dicho tiempo algunos días ha visto que no llegaba a esta ciudad ninguna agua”.
El mismo ciudadano solicitaba que se hiciese un embalse y, mostrando un profundo conocimiento del terreno, proponía:

“Que se haga el dicho estanque en la parte que dicen del estrecho de Puentes, [...] y las avenidas de aguas pluvias que vienen a parar por la dicha parte que dicen del estrecho de Puentes [...] son de muchas ramblas...”.

Ya a mitad del siglo XVII, un grupo de técnicos reconoció la zona, dictaminando que el estrecho de Puentes, por su situación estratégica, su angostura y el hecho de contener buena piedra para trabajar, así como madera, arena y agua, era el más indicado para construir una presa. Sin embargo, los dueños de las aguas en la zona, que veían peligrar sus privilegios, siguieron oponiéndose –como habían hecho hasta entonces y como seguirían haciendo durante mucho tiempo– con todas las armas que pudieron emplear.

Durante siglos, el pantano de Puentes pareció estar tocado por una suerte de condena. En 1647 comenzaron las obras del pantano, pero sólo unos meses después, en agosto del año siguiente, unas lluvias intensas acabaron con la incipiente construcción, de la que sólo se habían realizado hasta el momento los cimientos. Habría que esperar siglo y medio para que estuviese terminado el embalse, aunque los resultados serían catastróficas.

Tras varias vicisitudes, y superados de nuevo los abundantes escollos, en 1785 se iniciaron las obras para la realización de una nueva versión del pantano de Puentes. Dos años más tarde estaba concluida la bóveda de la compuerta. Una placa conmemorativa consagraba estos hechos: “A Dios omnipotente, a la felicidad de su pueblo, Carlos III de Borbón Rey de España consagra y dedica este soberbio edificio, segundo depósito de la lluvias para lograr con seguros riegos la fertilidad de los campos de Lorca”.



Embalse de la Cierva, en Mula

Con sus 52 Hm3 de capacidad, el pantano de Puentes se convertía en uno de los mayores de Europa. Desde luego, el mayor que se había construido hasta entonces en nuestro país. El de Tibi, con una capacidad que no llegaba a los 4 Hm3, palidecía en tamaño comparado con el de Lorca. Hubo de transcurrir más de un siglo para que se construyera otra presa de mayor capacidad en España.

El mayor desastre hidráulico de la historia regional
En la primavera de 1791 el pantano de Puentes estaba totalmente concluido. Sin embargo, una década más tarde, unas lluvias intensas pusieron a prueba su consistencia. Y no resistió. Durante dos días llovió tanto que toda la comarca se vio inundada por un palmo de agua. Las aguas ascendieron por la presa del embalse hasta faltarle sólo tres metros para alcanzar su coronación.

La tarde del 30 de abril de 1802 fue testigo de la mayor tragedia sucedida en la moderna historia de Lorca, y una de las mayores catástrofes hidráulicas europeas: la fuerza del agua y los materiales arrastrados acabaron rompiendo la presa, produciendo un gigantesco agujero que, a modo de enorme ojo, dejó escapar el agua embalsada.
En tan sólo una hora se desaguó el pantano, lo que, teniendo en cuenta que almacenaba en torno a 30 Hm3, produciría una onda de agua desconocida64.

Durante muchos kilómetros, una auténtica muralla de agua se arrastraría a una velocidad similar a la de un corredor de fondo, destruyendo todo cuanto encontró a su paso. Enormes peñascos de más de 150 toneladas, fueron arrastrados como corchos por el ímpetu de la avenida muchos kilómetros río abajo. A las 10’30 de la noche de esa misma jornada, los murcianos de la capital pudieron ver, asombrados, cómo las aguas del río experimentaban un notable y repentino ascenso.

El resultado no pudo resultar más dramático: 608 personas muertas –probablemente fueron bastantes más, pues los transeúntes y viajeros desaparecidos difícilmente entrarían a formar parte de esa luctuosa estadística–. Los daños materiales fueron, obviamente, numerosísimos: cientos de animales de labranza, 800 casas, 229 barracas, frutales y cosechas perdidas... A ello hay que añadir, las desastrosas consecuencias en las cosechas de los pueblos cercanos al río Guadalentín: Totana, Alhama, Librilla, Alcantarilla...
El siguiente de los grandes embalses de este período fue el de Valdeinfierno. Cuando esta presa comenzó a construirse, en 1785, la tragedia de Puentes aun no se había producido. Situada en el río Luchena, su capacidad era en algo inferior a la mitad de la de Puentes, unos 23 Hm3, pero se trataba de