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Cap.nº9: Las avenidas: una lacra ancestral



Cruel Santa Teresa
La riada de Santa Teresa marcó un antes y un después en estos fenómenos. Constituyó la mayor catástrofe hidrológica de la historia de la región y una de las más nefastas del continente. Su magnitud propició que en Murcia se acometieran, por primera vez, congresos nacionales, estudios que resultarían modélicos en este sentido, y obras que comenzarían a acabar con las avenidas.

También en el tema de la lluvia, como en tantos otros, nuestra región es una zona de contrastes extremos. Murcia se ha movido tradicionalmente entre sequías severas e inundaciones absolutamente destructoras.

Como hemos visto, una tendencia natural ha impulsado al hombre, desde sus primeros pasos sobre la tierra, a asentarse en los aledaños del agua, avanzando más y más hacia ella a través del tiempo. Este hecho, en un medio enormemente agresivo, como son los ríos murcianos, produjo como consecuencia una precariedad cada vez mayor, que se tradujo en numerosas pérdidas de cosecha, poblaciones destruidas y multitud de muertes a lo largo de la historia.

Sin embargo, este progresivo acercamiento a los ríos no constituía un hecho caprichoso. En la región de Murcia, el estar más próximo a los cauces fluviales implicaba también factores positivos: los fértiles valles posibilitaban abundantes cosechas de excelente calidad en caso de bonanza. El riesgo fue asumido por los agricultores de la región durante siglos. Las consecuencias, como veremos, serían desastrosas en numerosas ocasiones.

Intentaban aprovechar la parte beneficiosa de las avenidas: terrenos húmedos, abundancia de tarquines que fertilizaban la tierra... Algo que comienzan a hacer los murcianos en el siglo IX, con la llegada de los árabes y la construcción en los valles de redes de acequias y azarbes.

Esto motivó también un cambio en la estrategia secular de enfrentarse al fenómeno sempiterno de las riadas: de la adaptación al fenómeno de las avenidas, el murciano se vio obligado a pasar a la lucha contra ellas. Era la única manera de sobrevivir en el hábitat que había elegido.

De hecho, la decisión de fundar la ciudad de Murcia justo en el punto más bajo del valle del Segura, supuso una opción nefasta desde el punto de vista de la seguridad. El testimonio de un murciano del siglo XVI es suficientemente ilustrativo al respecto:

[he visto] de muchos años y tiempos a esta parte, que en cada un año sale el dicho río de Segura de madre una o dos vezes y haze mucho daño en la huerta o vega de dicha çibdad [de Murcia] hasta ponella en total desstruyçion...46

Y es que, las inundaciones catastróficas sólo son fenómenos naturales en su origen. El calificativo de catastrófico, viene dado, como apunta Francisco Calvo, por una inadecuación entre el dispositivo humano de uso y defensa de los elementos naturales de un río.

Las consecuencias trágicas de la riada motivaron una campaña internacional. Francia fue uno de los países que más se volcó en esta ayuda. La revista ‘París-Murcia’ fue un magnífico vehículo para sacudir conciencias. Archivo Municipal de Murcia.


 

 


Lorca: el Guadalentín inunda el barrio de San Cristóbal. Revista ‘La Ilustración Española y Americana’. Archivo Municipal de Murcia.

Estatua en el Malecón a José Mª Muñoz, gran benefactor tras la catástrofe de Santa Teresa.


Avenidas históricas
Aunque se tienen noticias de avenidas acaecidas incluso antes de nuestra era –como la riada de Julio César, en el 47 a. de C.–, no existen datos fiables sobre lo veraz de su existencia. Durante siglos, las avenidas fueron escasamente documentadas. Esto, unido a la inexistencia de cualquier tipo de criterio unificador hace que se desconozca casi todo sobre las riadas anteriores al siglo XIII.

Frailes y monjes fueron quienes, durante siglos, se encargaron de realizar las observaciones y tomar las mediciones, convertidos en voluntariosos pero poco rigurosos climatólogos. Prueba del escaso rigor con que se tomaban estos datos, es el hecho de que la catedral constituyó, durante siglos, un auténtico y gigantesco limnígrafo. Se expresaba la virulencia de cada riada en función de la altura alcanzada por las aguas, en relación a este edificio.A finales del siglo XIII se habló ya, por primera vez, de un fenómeno que se evidencia especialmente dañino para los murcianos: el de la confluencia de las aguas del Segura y Guadalentín poco antes de su llegada a la capital. Durante siglos, esta circunstancia produjo en Murcia unas avenidas especialmente violentas, ocasionando un interminable reguero de muertos y la destrucción intermitente de poblaciones y regadíos.

No se aventuró mucho Vicente Ferrer cuando vaticinó a su paso por Murcia, a comienzos del siglos XV, que “este lobo (el río) se comerá a la oveja” (la ciudad). Sólo era cuestión de tiempo el que se cumpliera su pronóstico. Cuando tres décadas y media después se produjo una virulenta inundación, no faltó quien recordara su frase.
En 1545 una gran avenida destruyó cientos de casas en Murcia. Desgraciadamente esta circunstancia no constituía una novedad. Pero sí lo era el hecho de que la riada se conociera con el nombre de San Lucas. Fue a partir de ella cuando comenzó a denominárselas con el nombre del santo del día. También comenzaron a aportarse más datos al referenciarlas (hora, cota máxima alcanzada...). Además, se las comienza a describir con hechos concretos y daños producidos. Todas estas circunstancias provocan que su estudio a partir de aquí contengan datos estadísticos aprovechables.