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Cap.nº4: El agua de lluvia

A comienzos de la Edad Moderna llega a España una moda desconocida: la afición a las bebidas frías. Algo que llega a extenderse tanto en determinados ámbitos que algunos llegan a calificarla de auténtico vicio. Las clases pudientes no concebían la vida sin realizar gastos en nieve.

Pero no se trataba sólo de un capricho. Las bebidas frías eran tenidas por saludables, hasta el punto de que las neverías municipales tenían establecido, que aunque estuviesen fuera de horario laboral, las solicitudes de nieve por parte de enfermos deberían ser atendidas a cualquier hora del día o de la noche.

En las regiones más frías las ciudades tenían neverías. Pero en las zonas más cálidas, como la región de Murcia, estas instalaciones se circunscribían a pozos de la nieve, los primeros frigoríficos que se conocen, que debían estar situados en zonas de montaña. En ellos se almacenaba esta nieve durante el invierno y se abastecía entre el 1 de abril al 30 de octubre a los particulares interesados en tomar bebidas frías.

nieve en Murcia. Las 26 grandes estructuras circulares con las que cuenta componen uno de los mayores complejos de pozos de la nieve.






Situación de Sierra Espuña, principal centro de pozos de nieve en la región. La zona aún conserva 26 grandes estructuras circulares que durante siglos almacenaron nieve que servía para enfriar bebidas y alimentos.

Obreros trabajando en un pozo de la nieve. La nieve era conducida a los pozos, donde se almacenaba, compactándola con pesados mazos de madera. En estos habitáculos se conservaba hasta que, al llegar la primavera, era sacada en bloques de hielo y puesta a la venta. En Murcia funcionaron desde el siglo XVI, y su consumo era tenido por muy saludable, por lo que los encargados de su venta estaban obligados a dispensarla a los enfermos que se lo requiriesen a cualquier hora del día.
Pozos de la nieve en Sierra Espuña.

Sus orígenes se remontan a los mismos comienzos de este comercio en España: el siglo XVI, y algunos están construidos hasta a 1300 metros de altitud.

Cada invierno, trabajadores de los pueblos y aldeas cercanos a la sierra subían a la montaña para recoger la nieve de los lugares más fríos. Armados de palas de madera y capazos de esparto recogían la nieve y la almacenaban en su interior, apisonándola con mazos de madera para que resultara más compacta y aguantase más sin derretirse. Al llegar la primavera, se daba el proceso inverso: los obreros subían para separar bloques de hielo y trasladarlos a las ciudades, donde eran consumidos.

 

Para la ubicación de estos pozos de la nieve se elegían terrenos en lugares ventilados y en pendiente. En el suelo se practicaba un agujero en forma cilíndrica. Sobre él se construía una cúpula, que le confería su fisonomía característica.

Se le dotaba con un suelo de piedra, con un desagüe por el que debía salir el agua procedente del deshielo, con el fin de mantenerlo seco. Las paredes estaban forradas con cantos. Una escalera en espiral, pegada a los muros, bajaba hasta el fondo para permitir a los trabajadores realizar las correspondientes operaciones.

Un caso atípico se da en Bullas, donde a mediados del siglo XVIII la Cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio fabrica en el casco urbano un pozo de la nieve. Cuando nevaba, la cofradía contrataba hombres para que realizaran las labores de recogida de nieve. En sus proximidades no se permitía la construcción de viviendas por “estar destinadas dichas tierras para coxer nieve”. Hoy sólo se conserva vestigios de su existencia en Bullas por el nombre de las calles que parten de la zona en la que se encontraba el pozo de la nieve: la calle “Nieve alta” y la calle “Nieve baja” o “Pozo de la nieve”.




Pozo de la nieve de la sierra de El Carche, término de Jumilla. Se tienen noticias de este pozo desde el siglo XVII.

 

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