La fuerza de aquella riada fue tal, que provocó el cambio de emplazamiento de poblaciones como Alguazas o Alcantarilla, que hubieron de ser reconstruidas en emplazamientos más altos.
El siglo XVII vería producirse dos de las mayores avenidas en la historia de la región, separadas tan sólo por dos años: la riada de San Calixto produjo en la región más de un millar de muertos –la cifra más alta de todas. Las crónicas dicen que la huerta quedó convertida en “un pedazo de océano”. En la catedral el nivel del agua ascendió varios metros. Destruyó casas, conventos, torres huertanas y barracas. Ahogó ganados y arrancó árboles de cuajo. En Murcia derribó barrios enteros. Una semana después, el agua aún sobrepasaba en la capital los pisos bajos. La población de la ciudad de Murcia se redujo hasta no alcanzar el medio millar de habitantes.
Así la describe Baquero Almansa:
Sábado 14 de octubre de 1651, a las tres de la madrugada comenzó a llover con tanta fuerza que los más recios edificios temblaban y a las seis, juntándose con el río Segura los de Lorca y Mula y las ramblas de Nogalte y Sangonera, creció de suerte que inundó por completo la huerta, a las ocho acometió a la ciudad y rompiendo todos los reparos, dejola en breve convertida en un pedazo de Océano.
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Las consecuencias trágicas de la riada motivaron una campaña internacional. Francia fue uno de los países que más se volcó en esta ayuda. La revista ‘París-Murcia’ fue un magnífico vehículo para sacudir conciencias. Archivo Municipal de Murcia. |
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Pero la climatología no dio respiro a los castigados murcianos: dos años más tarde, se producía la riada de San Severo. Al unirse un crecido Guadalentín, –convertido en un “desenfrenado mar”– con el Segura, el río se desbordó de su cauce y cubrió de fango toda la huerta. A las dos de la tarde, Murcia era una auténtica isla. Hubo testigos que aseguraron que fue aun más destructiva que la de San Calixto, y que la única razón de que causara menos víctimas fue que la población era ahora mucho más exigua. Se calcula que se produjeron más de doscientos cincuenta muertos. Las 6000 casas que había en la huerta quedaron reducidas a dos mil. En la capital no quedaron en los barrios de San Juan, San Andrés, San Antolín y Santa Eulalia más de veinte casas habitables.
El recuento de hechos luctuosos provocados por las riadas sería demasiado extenso y reiterativo. Entre las más destructivas, por número de víctimas, se puede citar la de 1674, que causó 40 muertos en Lorca; la de San Leovigildo, en junio de 1704, que provocó un número indeterminado de muertos en la capital, o la de San Pedro Regalado en 1775, que causó numerosas víctimas en las vegas media y baja.
El año 1802 traerá consigo un acontecimiento especialmente fatídico, la destrucción de la presa de Puentes como consecuencia de unas lluvias intensas, lo que produjo 608 muertos en Lorca.
El de Lorca será uno de los peores sucesos que viviría la región en toda su historia, pero antes de que acabase el siglo, aun tendría lugar otro hecho que le haría palidecer en cuanto a furia destructiva: la riada de Santa Teresa, una de las más desastrosas avenidas de la historia.
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Lorca: el Guadalentín inunda el barrio de San Cristóbal. Revista ‘La Ilustración Española y Americana’. Archivo Municipal de Murcia. |
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La rambla de las moreras en Puerto de Mazarrón ha originado luctuosoas avenidas. La última motivó su encauzamiento. |
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Acaecida el 14 de octubre de 1879, la mera enumeración de sus cifras resulta impresionante: 761 muertos en Murcia, dos en Librilla, uno en Cieza... 22.000 animales muertos, miles de barracas destruidas...
En Murcia se contabilizó un caudal de 1900 metros cúbicos por segundo, lo que hizo que el ingeniero Lorenzo Pardo la calificara como uno de los diluvios más mortíferos de la historia europea.En una crónica de urgencia titulada significativamente ‘Día de luto’, el director de Diario de Murcia relataba así sus primeras impresiones:
Día de luto, sí; día de luto es para Murcia el día de hoy. En esta noche pasada, la avenida más terrible del río que se ha conocido ha destrozado con sus negras, rugientes y pestíferas olas inmensas riquezas, y ¡Dios sabe las víctimas que habrá causado! No es posible, a la hora que escribimos calcular las desgracias que habrán ocurrido en la huerta; pero cuando la ciudad está inundada, cuando el agua hace retemblar el Puente, cuando está más alto el nivel del río que el piso del Arenal, ¿cómo estará la huerta? ¿cuantos infelices habrán perecido sin socorro? ¡Desgraciadamente deben ser muchos!.
Los daños fueron de tal magnitud que se orquestó una campaña internacional de ayuda en la que participó desde la desterrada reina Isabel II al papa León XIII o el multimillonario Alfred Krupp.
Aunque en la primera mitad del siglo XX se produjeron algunas riadas de especial virulencia –como la 1946– hay que llegar hasta 1973 para hablar de una de las últimas grandes riadas en la región. Constituye la cuarta avenida en número de víctimas mortales: Fallecieron 86 personas en Puerto Lumbreras –donde las aguas alcanzaron los 15 metros– y 13 en Lorca.
Su caudal máximo alcanzó los 3.500 metros cúbicos por segundo, el mayor en tres siglos de mediciones.
La lucha contra las avenidas
Las reiteradas catástrofes producidas por la acción de las riadas debieron producir en los habitantes de la región una mentalidad peculiar y un carácter entre el conformismo y el intento de buscar soluciones.
Lo que resulta fácilmente constatable, a poco que se haga un recorrido histórico en nuestra historia, es el impulso y el acicate que ha supuesto cada catástrofe hidrológica para los murcianos en su afán por superar esta lacra. De alguna manera, y siguiendo el acertado apelativo dado por los historiadores Lemeunier y Pérez Picazo, la catástrofe ha resultado motor de la historia hidráulica en nuestra región. El ingeniero Julio Muñoz Bravo, describe gráficamente y con ironía esta característica:
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