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Cap.nº14: El abastecimiento de agua potable en la región



El Castellum Divisorium permitía distribuir el agua a los diferentes puntos de la ciudad una vez que había sido decantada y filtrada por unas rejas, según datos aportados por el arqueólogo Alejandro Egea.






Existen otras actuaciones concretas en zonas cercanas a la capital, como las iniciativas auspiciadas por el cardenal Belluga para llevar agua desde la acequia de la Arboleja a diversos hospitales, colegios y conventos, así como la puesta en cultivo de 40.000 tahúllas de aguas muertas y almarjales en la Vega Baja del Segura para el sostenimiento de diversas obras de beneficiencia.
Ya en el siglo XIX, comienza a instalarse en la capital una incipiente red de cañerías –explotada por una compañía particular–, que conducía agua procedente de la fuente de Santa Catalina, situada en la sierra de Carrascoy, a los hogares más privilegiados. El resto debía seguir abasteciéndose mediante fuentes públicas o bien recurrir a la sempiterna figura del aguador.
Se puede hablar sin duda de una situación de penuria, ya que el agua de que disponían los murcianos en esta época, e incluso durante el primer cuarto del siglo XX –unos 12 litros por habitante y día– no suponía ni la décima parte de lo que aconsejaban las corrientes higienistas de la época. No es extraño, pues, que uno de estos tratadistas se quejase amargamente de tal situación afirmando que los murcianos están, como en una plaza sitiada, con racionamiento de agua.
No será hasta 1930 cuando se culmine por fin la red de suministros de agua potable de la ciudad de Murcia y la de alcantarillado, poniendo fin a una larguísima época de penuria. No obstante, el problema de abastecimiento siguió subsistiendo durante décadas, concretamente hasta 1956, fecha en la que las aguas del Taibilla llegaron a la capital. Los murcianos de esos años disfrutaron desde entonces de un agua de calidad y en cantidad suficiente.



Un momento de descanso a la salida de uno de los túneles.

 



Interior de uno de los depósitos de agua de Cartagena en 1945.

En la zona de Lorca se puede hablar de dos hitos importantes durante el siglo XVIII. El primero, el acueducto de Zarzadilla, que conducía aguas desde el manantial de aquel lugar hasta Lorca a través de un complejo hidráulico que incluía un largo acueducto, diversos puentes y un intrincado sistema de cañerías. Otra obra importante fue el abastecimiento a la recién creada población de San Juan de las Águilas –posteriormente Águilas– de agua, procedente de un manantial situado a más de 13 kilómetros de distancia. Para salvar los fuertes desniveles de terreno hubieron de construirse varios acueductos hasta desembocar en pleno casco aguileño. Además, en determinados tramos del recorrido se abren fuentes y pilas para abastecer de agua potable a diversos cortijos, así como abrevaderos para los viajeros que circulaban desde Lorca.
Pero sin duda es Cartagena la ciudad con mayores problemas de abastecimiento. La falta de agua dulce provocaba incluso que determinadas tareas de limpieza se efectuara con agua procedente del mar. Cuando comienza el siglo XX la ciudad posee sólo tres fuentes públicas –Dolores, San Antonio y El Calvario–, a todas luces insuficientes para garantizar la salubridad y el abastecimiento de la población, que se veía obligada a formar interminables colas en sus inmediaciones.
Durante el último tramo del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX diferentes compañías privadas se encargan del abastecimiento a la ciudad, distribuyendo agua a sus abonados a través de tuberías de plomo desde diversos manantiales de los alrededores, algunos bastante alejados de la población. Pero las dificultades propias de este tipo de abastecimiento, el escaso caudal de que se disponía y el crecimiento de la población acabaron por hacer insostenible esta situación.





 

 

En 1891, el médico de la Armada Federico Montaldo, la describía así:
“El abastecimiento de aguas se verifica recogiendo en aljibes, construidos en las casas, las procedentes de lluvias, no contando la ciudad más que con tres cañerías públicas, llamadas de Dolores, San Antonio y Calvario, que ni con mucho bastan para las primeras necesidades. Todo esto además de los pozos que muchas casas tienen, no alcanza a subvenir siquiera, las más elementales obligaciones domésticas, como lo prueban y certifican el turno riguroso que para tomar agua en las fuentes públicas por los particulares ha de establecerse y el considerable número de cubas que diariamente se consumen, procedentes de Canteras, pagadas a precios digno de tenerse en cuenta por tratarse de un artículo de primera necesidad. Resulta, pues que sobre los defectos que el agua de los aljibes y pozos pueden presentar para determinados usos, la cantidad total que en Cartagena hay es muy deficiente para su normal abastecimiento”73.

El problema acabó, al igual que en Murcia, con la llegada del agua del Taibilla, aunque los cartageneros pudieron disfrutarla once años antes que en la capital, ya que la ciudad portuaria fue la primera de toda la región en poder darle la bienvenida.
Algo semejante podría decirse de Lorca que continuó abasteciéndose de las fuentes que proliferaban en sus plazas hasta que, a mediados del siglo XX, sus habitantes vieron llegar con júbilo el agua del Taibilla.
El canal del Taibilla o cómo saciar la sed de varias provincias

Resulta difícil imaginar la emoción sentida por aquellos sorprendidos cartageneros que, en aquel lejano domingo 22 de abril de 1945, asistieron emocionados a la llegada de las aguas del Taibilla. El acontecimiento fue saludado en la ciudad departamental con un alborozo indescriptible. No era para menos. Los habitantes de la ciudad, que habían buscado durante siglos una fuente de abastecimiento que saciara su sed, veían llegar el preciado elemento como una auténtica tabla de salvación a la que asirse.

Hubo incluso quien habló de milagro. Pero nada más lejos. El agua procedente del Taibilla llegaba a las casas de aquellos ciudadanos tras recorrer más de 200 kilómetros de conducciones, tuberías, túneles y acueductos gracias a una de las más complejas y osadas obras de ingeniería hidráulica de Europa: el canal de abastecimiento de agua cubierto más largo del continente. Una obra que, aún hoy, se manifiesta como un auténtico y eficaz hito. Una conducción que, tras crecer y ramificarse en numerosos ramales, da de beber a buena parte del sureste español.




Obras de encofrado en 1942 para construir el acueducto del Pontón, en Cartagena. Un año después las obras estaban terminadas, y todos los arcos lucían perfectos. (Archivo M.C.T.).

En realidad, podríamos definir el canal del Taibilla como una autopista, una compleja, minuciosamente diseñada, y estudiada autopista del agua por la que circula el líquido elemento hacia los destinos marcados por los técnicos, en las cantidades precisas, con la presión correcta y en los momentos estipulados. Casi 80 municipios de las provincias de Murcia, Alicante y Albacete se nutren de sus aguas.

Las del Taibilla son especialmente importantes para nuestra región, ya que los habitantes de 43 de sus 45 municipios –todos excepto Jumilla y Yecla, aunque el primero tiene solicitada su integración en la Mancomunidad– beben gracias a él. Sus instalaciones posibilitaron, además, un trasvase intercuencas dos décadas antes de que el Tajo-Segura se hiciese realidad, ya que sus aguas, procedentes de la zona norte de la cuenca del Segura, llegan hasta los municipios de Alicante, Elche o Santa Pola, pertenecientes a la del Júcar.Pese a su vital importancia, el canal del Taibilla, continúa siendo un gran desconocido para los murcianos. Su origen, su historia, su evolución y sus características más definitorias constituyen un misterio para muchos, por más que cada vaso de agua del grifo que se ha llevado a la boca cada murciano desde hace décadas haya provenido de esta obra de ingeniería.