Al tinajero se le ha llamado “altar doméstico consagrado al agua”. Ante él se celebraba como si de un ritual se tratase, la pedida de novia del huertano.

Con el tinajero nunca faltaba agua en la casa del huertano. Estaba situado en la entrada de las casas y en él se acoplaban las tinajas y los distintos utensilios –los más vistosos– relacionados para guardar o beber el agua.

En la parte baja, encajadas sobre una tarima de albañilería descansaban dos grandes tinajas de barro rojo –que podían alcanzar hasta 1’40 metros– fabricadas en las alfarerías de Espinardo, Totana o Aledo, y pintadas a mano de rojo intenso. Se solían llenar en enero con el agua del río, por ser ésta la época en la que el cauce bajaba más claro. Sobre su boca se colocaban tapas de madera que iban cubiertas a su vez por tapetes bordados.

Sobre el tinajero se colocaba una jarra, y bajo ella un plato de porcelana para recoger el agua que rezumaba –a mayor rezumamiento, agua más fresca, decía el huertano–.
Sobre ellas, en leja de madera en el ángulo de la pared, estaba el ajuar de la casa de loza y vidrio: la cántara de Aledo; el botijo de Totana, la jarra de rollo de Lorca; los lebrillos de Cartagena, cántaros, jarras de novia, platos, fuentes, tazas, copas, copas de repizco, vasos...

Solo a partir de los años 50, con la llegada del agua a todos los hogares comenzó a perder sentido el tinajero y fue desapareciendo poco a poco de los hogares huertanos.

La casa huertana y el agua. Con el tinajero nunca faltaba agua en la casa del huertano. Llamado por algún estudioso ‘altar doméstico consagrado al agua’, el tinajero ocupaba un lugar privilegiado en las casas de la huerta. Dos grandes tinajas presidían toda una colección de objetos para guardar y servir el agua. Reproducción de un tinajero en el museo de la Ciudad de Murcia.